Tomás nunca me dijo que me quería. Nunca se lo pedí tampoco, no con palabras, tal vez si con la boca, o los ojos. De todas formas nunca me importó, ¿de que sirven esas palabras superfluas, cuando carecen de valor real? Tan sólo yo quería más, por ahí sólo quería que me clavara un poco más sus uñas frias.
Ese es el problema del tiempo, sin horas ni minutos, el problema es el tiempo, así abstracto, impuesto, exigente, precipitador. A Tomás no le importaba, a mi me precipitaba al vacío. ¡Y es que Tomás tenía esa mirada tan perdida, despojado de todo punto de partida, de toda carga, de toda consciencia por lo que se dice real!. Y en el fondo, aunque creía admirarlo, sentía profunda lastima por sus labios malgastados. Por sus palabras sin sentido.
Tomás fumaba que daba nauseas, uno atrás de otro. Tomás tomaba, y tomaba, casi siempre yo lo acompañaba, competiamos por quién llegaba más rápido a esos sueños escandalosos (aunque jamás publicados, para no generar más revuelo del que generalmente había en el aire).
Tomás me aborrecía, y yo a él. Creo que jamás podría haber llegado a amarlo, era demasiado perfecto como para ser portador de semejante calvario.
Tomás..
barata pero de calidad
Hace 12 años
1 comentario:
yo necesito la palabra.
todo depende
con el corazon roto
te abrazo desde el km 400 del lado de acá.
Publicar un comentario